Cuando
el Cabildo Metropolitano de la Catedral de Caracas decidió enviar
a Juan Bautista Plaza a realizar estudios en la Pontificia Escuela Superior
de Música Sacra, en Roma, lo hizo con la finalidad de renovar
la música religiosa que se interpretaba en la Catedral y adaptarla
a los lineamientos planteados en la encíclica Motu Proprio (1903)
del Papa Pio X. Como contrapartida, el joven músico se comprometió
a desempeñarse como maestro de capilla de la Catedral por un
lapso de cinco años, una vez finalizados sus estudios.
El 21 de
agosto de 1923, pocos días después de su regreso a Venezuela,
Plaza se presentó ante el Cabildo y unos días más
parte, el 1° de septiembre, inició sus labores como organista,
maestro de capilla y maestro de capellanes y niños de coro.
La relación
laboral que inicialmente debía durar un lustro se prolongó
a lo largo de veinticinco años. Por lo tanto la música
sacra se constituyó en uno de los ejes centrales de su producción
artística y de su vida profesional.
Plaza se
avocó sistemáticamente a la renovación de la música
catedralicia, renovación que luego se fue extendiendo al Seminario
Interdiocesano y a otras organizaciones como los padres salesianos.
Empezó
por restituir el uso del canto gregoriano en la liturgia, para lo cual
contó con un grupo de capellanes que nunca pasó de cuatro
personas. En sus escritos, Plaza destacó especialmente el desempeño
de dos de los capellanes: Tomás Vásquez y Ciro López.
El uso del canto gregoriano se hizo común en los oficios religiosos
regulares como la tercia, la misa conventual y las vísperas.
Plaza también tuvo el cuidado de incluir estos cantos en oficios
más importantes, alternándolo con el canto polifónico.
Pero también
Plaza se dedicó a renovar el repertorio polifónico que
en los últimos tiempos había decaído y se había
desvirtuado e italianizado al estilo operático, perdiendo el
carácter místico y sacro propio para las circunstancias.
Para interpretar la música polifónica, contaba con la
Tribuna Musical Metropolitana que intervenía en los oficios más
importantes como las fiestas dobles de 1ª y 2ª clase, los
domingos de Minerva, los oficios de Semana Santa y los de Navidad, entre
otros. Entre los miembros de la Tribuna se encontraban los tenores Eduardo
Corser, Septiminio Lamberti y David García, los barítonos
Juan José Aguerrevere, Francisco Ramírez y William Werner,
el organista y compositor Miguel Ángel Calcaño y el también
compositor Vicente Emilio Sojo, quién se desempeñaba como
subdirector.
Plaza puso
especial interés en la selección del repertorio polifónico.
Por una parte incluyó célebres composiciones del pasado
como por ejemplo el Stabat Mater de Tartini (siglo XVIII), pero por
otra no dudó en interpretar obras de autores contemporáneos
como Lorenzo Perosi y Licino Refice, cuyas creaciones se ajustaban a
los lineamientos del Motu Proprio. Sin embargo, el aporte más
importante que en este sentido realizó Plaza fue abrir el repertorio
catedralicio a las obras sacras de compositores venezolanos.
La Tribuna
empezó a interpretar creaciones religiosas de Plaza y de otros
compositores como Vicente Emilio Sojo y Miguel Ángel Calcaño.
Esto sirvió de gran estímulo para la conformación
de un rico, importante e inmenso repertorio sacro venezolano de primer
orden. Juan Bautista Plaza dedicó más de la mitad de su
producción musical a la música religiosa, creando obras
de gran belleza y significación, como la Misa Breve (1924), el
Miserere a 4 voces oscuras (1924) y la Misa de Réquiem (1933).
La posibilidad
de componer obras a sabiendas que serán interpretadas en poco
tiempo sirvió como contraparte a los enormes sacrificios que
para un hombre de familia significó el trabajo rutinario que
ocupaba todos los fines de semana y fechas importantes como la Semana
Santa y la Navidad.
En 1948,
en cuanto cumplió 25 años como maestro de capilla, Juan
Bautista Plaza se retiró.
El organista
Cuando
Plaza realizó sus estudios en Roma, no solo se preparó
para ser maestro de capilla y compositor de música sacra, sino
también para ser organista. De hecho, Plaza fue el primer organista
venezolano que realizó estudios específicos de ese instrumento.
En sus cartas, el entonces joven estudiante reflejó un desbordante
entusiasmo por el instrumento, a la vez que mostró preocupación
por no existir en Caracas un órgano de buena calidad y recursos
suficientes que le permitieran desarrollar una carrera en ese sentido.
Sus múltiples
esfuerzos para que la Catedral comprara un buen órgano fueron
en vano. El "Órgano Dorado" instalado en 1881 en la
Catedral no era un buen instrumento y rápidamente quedó
en desuso, por lo que tuvo que conformarse con el pequeño Cavaillé-Coll
de 1896, que aunque era de buena factura, sus dimensiones y características
lo limitaban a ser un instrumento de acompañamiento no muy apropiado
para la interpretación de la gran literatura organística
universal.
Las condiciones
para desarrollar una carrera como organista no estaban dadas. A pesar
de ello, Plaza mantuvo siempre un pequeño repertorio con obras
no muy exigentes que pudieran interpretarse sin problemas en los órganos
existentes en Caracas. Obras de Bach, Dubois, Wachs, Martín Rodríguez,
Wambach, César Franck y algunas propias, fueron las que interpretó
en unos poco recitales que ofreció con motivo de las inauguraciones
de algunos órganos nuevos en la capital como el de la iglesia
de San Agustín (1928), en la iglesia de La Inmaculada (Nuestra
Señora de Lourdes) (1932) y en la iglesia de Santa Rosalía
(1933).
Al
utilizar parte de este material se agradece citar la siguiente fuente:
Sangiorgi, Felipe. Vida y Obra del Maestro Juan Bautista Plaza.
CD-ROM. Fundación Juan Bautista Plaza, Caracas, 2002. |