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JUAN BAUTISTA PLAZA (1898-1965)
Maestro de capilla

Cuando el Cabildo Metropolitano de la Catedral de Caracas decidió enviar a Juan Bautista Plaza a realizar estudios en la Pontificia Escuela Superior de Música Sacra, en Roma, lo hizo con la finalidad de renovar la música religiosa que se interpretaba en la Catedral y adaptarla a los lineamientos planteados en la encíclica Motu Proprio (1903) del Papa Pio X. Como contrapartida, el joven músico se comprometió a desempeñarse como maestro de capilla de la Catedral por un lapso de cinco años, una vez finalizados sus estudios.

El 21 de agosto de 1923, pocos días después de su regreso a Venezuela, Plaza se presentó ante el Cabildo y unos días más parte, el 1° de septiembre, inició sus labores como organista, maestro de capilla y maestro de capellanes y niños de coro.

La relación laboral que inicialmente debía durar un lustro se prolongó a lo largo de veinticinco años. Por lo tanto la música sacra se constituyó en uno de los ejes centrales de su producción artística y de su vida profesional.

Plaza se avocó sistemáticamente a la renovación de la música catedralicia, renovación que luego se fue extendiendo al Seminario Interdiocesano y a otras organizaciones como los padres salesianos.

Empezó por restituir el uso del canto gregoriano en la liturgia, para lo cual contó con un grupo de capellanes que nunca pasó de cuatro personas. En sus escritos, Plaza destacó especialmente el desempeño de dos de los capellanes: Tomás Vásquez y Ciro López. El uso del canto gregoriano se hizo común en los oficios religiosos regulares como la tercia, la misa conventual y las vísperas. Plaza también tuvo el cuidado de incluir estos cantos en oficios más importantes, alternándolo con el canto polifónico.

Pero también Plaza se dedicó a renovar el repertorio polifónico que en los últimos tiempos había decaído y se había desvirtuado e italianizado al estilo operático, perdiendo el carácter místico y sacro propio para las circunstancias. Para interpretar la música polifónica, contaba con la Tribuna Musical Metropolitana que intervenía en los oficios más importantes como las fiestas dobles de 1ª y 2ª clase, los domingos de Minerva, los oficios de Semana Santa y los de Navidad, entre otros. Entre los miembros de la Tribuna se encontraban los tenores Eduardo Corser, Septiminio Lamberti y David García, los barítonos Juan José Aguerrevere, Francisco Ramírez y William Werner, el organista y compositor Miguel Ángel Calcaño y el también compositor Vicente Emilio Sojo, quién se desempeñaba como subdirector.

Plaza puso especial interés en la selección del repertorio polifónico. Por una parte incluyó célebres composiciones del pasado como por ejemplo el Stabat Mater de Tartini (siglo XVIII), pero por otra no dudó en interpretar obras de autores contemporáneos como Lorenzo Perosi y Licino Refice, cuyas creaciones se ajustaban a los lineamientos del Motu Proprio. Sin embargo, el aporte más importante que en este sentido realizó Plaza fue abrir el repertorio catedralicio a las obras sacras de compositores venezolanos.

La Tribuna empezó a interpretar creaciones religiosas de Plaza y de otros compositores como Vicente Emilio Sojo y Miguel Ángel Calcaño. Esto sirvió de gran estímulo para la conformación de un rico, importante e inmenso repertorio sacro venezolano de primer orden. Juan Bautista Plaza dedicó más de la mitad de su producción musical a la música religiosa, creando obras de gran belleza y significación, como la Misa Breve (1924), el Miserere a 4 voces oscuras (1924) y la Misa de Réquiem (1933).

La posibilidad de componer obras a sabiendas que serán interpretadas en poco tiempo sirvió como contraparte a los enormes sacrificios que para un hombre de familia significó el trabajo rutinario que ocupaba todos los fines de semana y fechas importantes como la Semana Santa y la Navidad.

En 1948, en cuanto cumplió 25 años como maestro de capilla, Juan Bautista Plaza se retiró.

El organista

Cuando Plaza realizó sus estudios en Roma, no solo se preparó para ser maestro de capilla y compositor de música sacra, sino también para ser organista. De hecho, Plaza fue el primer organista venezolano que realizó estudios específicos de ese instrumento. En sus cartas, el entonces joven estudiante reflejó un desbordante entusiasmo por el instrumento, a la vez que mostró preocupación por no existir en Caracas un órgano de buena calidad y recursos suficientes que le permitieran desarrollar una carrera en ese sentido.

Sus múltiples esfuerzos para que la Catedral comprara un buen órgano fueron en vano. El "Órgano Dorado" instalado en 1881 en la Catedral no era un buen instrumento y rápidamente quedó en desuso, por lo que tuvo que conformarse con el pequeño Cavaillé-Coll de 1896, que aunque era de buena factura, sus dimensiones y características lo limitaban a ser un instrumento de acompañamiento no muy apropiado para la interpretación de la gran literatura organística universal.

Las condiciones para desarrollar una carrera como organista no estaban dadas. A pesar de ello, Plaza mantuvo siempre un pequeño repertorio con obras no muy exigentes que pudieran interpretarse sin problemas en los órganos existentes en Caracas. Obras de Bach, Dubois, Wachs, Martín Rodríguez, Wambach, César Franck y algunas propias, fueron las que interpretó en unos poco recitales que ofreció con motivo de las inauguraciones de algunos órganos nuevos en la capital como el de la iglesia de San Agustín (1928), en la iglesia de La Inmaculada (Nuestra Señora de Lourdes) (1932) y en la iglesia de Santa Rosalía (1933).

 

 

Al utilizar parte de este material se agradece citar la siguiente fuente:
Sangiorgi, Felipe. Vida y Obra del Maestro Juan Bautista Plaza. CD-ROM. Fundación Juan Bautista Plaza, Caracas, 2002.

 
 

   
           

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